domingo, 8 de abril de 2018

El intercambio


La sala donde le dejaron era lúgubre, apenas iluminada por unas protuberancias con forma de hongos que salían de las paredes y brillaban en tonos escarlata. La estancia estaba prácticamente vacía, en una de las esquinas había algo que le recordaba a un tocón de madera violácea. La mesa, o eso parecía, medía algo más de un metro de altura y alrededor de cincuenta centímetros de diámetro. Junto a ella había un hueco en la pared, era profundo y recordaba de forma inquietante a los nichos de las catacumbas. Se acercó para observarlo más despacio, debía aprender el máximo de ellos. Poco a poco según se acostumbraba a la penumbra, pudo ver que de las paredes surgían pequeñas esferas cristalinas. Se acercó a un grupo de éstas y observó que su interior recordaba vagamente a un ojo. El cuerpo de la esfera era de color amarillento y un punto negro en el centro parecía seguirle según se movía alrededor. Se apartó sobresaltado. Le estaban observando, al fin y al cabo, le habían seleccionado para estudiarle. Lo más probable era que los seres que habían sido intercambiados por él y por sus compañeros se encontraran en una situación similar en alguna instalación del gobierno, seguramente estarían asqueados con la sequedad de las paredes o sufrieran dolores de cabeza por la intensa luz fluorescente. El objetivo era claro, aprender unos de los otros lo máximo posible como gesto de buena voluntad. Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, a esperar.
Le despertó el ruido de la puerta al abrirse. Estaba un poco mareado y tenía la boca seca. Con cierta dificultad se puso en pie. Por la entrada accedió una de esas criaturas. Era musculoso y de gran estatura, estaba seguro que era un soldado, pues portaba una especie de lanza. Él también era fuerte, el entrenamiento en el ejército había dado sus frutos. El guerrero de piel parduzca, casi rojiza, se acercó despacio, balanceando sus brazos de forma dura. Acompasados a sus movimientos, oscilaban los tres tentáculos que caían de su mentón hasta la mitad del torso. Cuando estaba cerca se detuvo. Él miró a la criatura sin dudar, sin mostrar debilidad en ningún momento, por su parte el alienígena bufó, parecía desafiarle. Cada vez estaba más convencido de que era de la rama armada de su especie. Él inspiró como respuesta, llenó el pecho de aire y abrió los hombros. Estaba nervioso, paladeó de nuevo la saliva seca, pero no iba a dejarse intimidar. Le miró directamente a los ojos, unos ojos grandes y oscuros. Entonces el extraterrestre realizó una mueca que le recordó a una sonrisa para, a continuación, separarse de él. Caminó en dirección a la mesa, y allí dejó un pequeño recipiente. Después se giró y le miró mientras señalaba el cuenco y su boca una y otra vez. Él comprendió con facilidad, parecía que ellos también consumían los alimentos por el orificio facial, le ofrecía el almuerzo. Caminó despacio hasta llegar junto a él. En el trayecto, al dar un paso la pierna le falló, haciendo que cayera sobre la rodilla. Miró al ser, que parecía divertirse de verle en el suelo. Volvió a levantarse y siguió hasta alcanzarle. Alargó el brazo y cogió con suavidad el tazón. Era de un material similar al barro y pudo ver que contenía un líquido turbio. No quería probar nada de ellos, no terminaba de fiarse. Sintió cómo temblaba y las ondas se pudieron percibir en el contenido del cuenco. Volvió a sentir la sequedad en los labios y el estómago, descontrolado, burbujeó. Se preguntó cuánto tiempo había dormido para sentir esa necesidad. No quería consumirlo. La criatura le apremió, haciendo un gesto como si él bebiera de un recipiente invisible. Estaba en un abismo. Tomar lo que le ofrecían podía ser arriesgado, pero podía ser otro gesto de buena voluntad. La lengua le empezó a doler. Dudó, pero no pudo evitar la necesidad de beber. Era extraño, la bebida era muy reconfortante y calmó toda su sed y su hambre.
Habrían pasado horas desde volvió a quedarse solo. Estaba exhausto, como si hubiera estado de maniobras toda la mañana. Nada tenía sentido en lo que le ocurría. Tosía de vez en cuando. Pensó que le habían envenenado con aquella sopa. Intentó inspirar fuerte, pero su nariz se había congestionado, y tuvo que jadear para que le llegara oxígeno. Cada vez se fatigaba más y sintió un río de sudor que le recorría la frente. Empezó a gemir y a pedir ayuda. Le oían, sabía que estaban fuera. Era consciente de la presencia de dos de esas criaturas al otro lado del umbral. Cayó de rodillas apoyándose sobre sus manos. Le faltaba el aire. Podía verse a sí mismo en el suelo, luchando. Se veía desde muchos sitios. Estaba alrededor de su cuerpo, como si fuera un espectador. Cada vez se sentía más grande. Distinguió la entrada de la celda, pero desde el exterior. Sonrió, pero no era él quien sonreía. Se oía gritar de dolor, pero no gritaba él. Empezó a escuchar las voces de las criaturas. Le pedían que no luchara. Podía entenderlas y eso le aterró. Les rogó que parara el dolor. Ellos le abrazaron y él aceptó el gesto. Poco a poco fue consciente de lo que ocurría. Descubrió a sus compañeros humanos en las celdas contiguas. Alguno se había resistido y había muerto. Otros estaban ya con él, eran parte de él. Poco a poco pudo observar a las criaturas caminando por la nave y ellas eran conscientes de su presencia. Veía a través de ellos y ellos de él. Oía lo que decían. Sentía lo que sentían. Todos eran uno. Y se llenó de paz. Pudo ponerse en pie. Ahora todos conocían lo mismo que él sobre el planeta que iban a conquistar. De la raza que iban a asimilar.

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