La sala donde le dejaron era lúgubre, apenas iluminada por
unas protuberancias con forma de hongos que salían de las paredes y brillaban
en tonos escarlata. La estancia estaba prácticamente vacía, en una de las
esquinas había algo que le recordaba a un tocón de madera violácea. La mesa, o
eso parecía, medía algo más de un metro de altura y alrededor de cincuenta
centímetros de diámetro. Junto a ella había
un hueco en la pared, era profundo y recordaba de forma inquietante a los
nichos de las catacumbas. Se acercó para observarlo más despacio, debía
aprender el máximo de ellos. Poco a poco según se acostumbraba a la penumbra,
pudo ver que de las paredes surgían pequeñas esferas cristalinas. Se acercó a
un grupo de éstas y observó que su interior recordaba vagamente a un ojo. El
cuerpo de la esfera era de color amarillento y un punto negro en el centro
parecía seguirle según se movía alrededor. Se apartó sobresaltado. Le estaban
observando, al fin y al cabo, le habían seleccionado para estudiarle. Lo más
probable era que los seres que habían sido intercambiados por él y por sus
compañeros se encontraran en una situación similar en alguna instalación del
gobierno, seguramente estarían asqueados con la sequedad de las paredes o
sufrieran dolores de cabeza por la intensa luz fluorescente. El objetivo era
claro, aprender unos de los otros lo máximo posible como gesto de buena
voluntad. Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, a
esperar.
Le despertó el ruido de la puerta al abrirse. Estaba un poco
mareado y tenía la boca seca. Con cierta dificultad se puso en pie. Por la
entrada accedió una de esas criaturas. Era musculoso y de gran estatura, estaba
seguro que era un soldado, pues portaba una especie de lanza. Él también era
fuerte, el entrenamiento en el ejército había dado sus frutos. El guerrero de
piel parduzca, casi rojiza, se acercó despacio, balanceando sus brazos de forma
dura. Acompasados a sus movimientos, oscilaban los tres tentáculos que caían de
su mentón hasta la mitad del torso. Cuando estaba cerca se detuvo. Él miró a la
criatura sin dudar, sin mostrar debilidad en ningún momento, por su parte el
alienígena bufó, parecía desafiarle. Cada vez estaba más convencido de que era
de la rama armada de su especie. Él inspiró como respuesta, llenó el pecho de
aire y abrió los hombros. Estaba nervioso, paladeó de nuevo la saliva seca,
pero no iba a dejarse intimidar. Le miró directamente a los ojos, unos ojos
grandes y oscuros. Entonces el extraterrestre realizó una mueca que le recordó
a una sonrisa para, a continuación, separarse de él. Caminó en dirección a la
mesa, y allí dejó un pequeño recipiente. Después se giró y le miró mientras
señalaba el cuenco y su boca una y otra vez. Él comprendió con facilidad, parecía
que ellos también consumían los alimentos por el orificio facial, le ofrecía el
almuerzo. Caminó despacio hasta llegar junto a él. En el trayecto, al dar un
paso la pierna le falló, haciendo que cayera sobre la rodilla. Miró al ser, que
parecía divertirse de verle en el suelo. Volvió a levantarse y siguió hasta
alcanzarle. Alargó el brazo y cogió con suavidad el tazón. Era de un material
similar al barro y pudo ver que contenía un líquido turbio. No quería probar
nada de ellos, no terminaba de fiarse. Sintió cómo temblaba y las ondas se
pudieron percibir en el contenido del cuenco. Volvió a sentir la sequedad en
los labios y el estómago, descontrolado, burbujeó. Se preguntó cuánto tiempo
había dormido para sentir esa necesidad. No quería consumirlo. La criatura le apremió,
haciendo un gesto como si él bebiera de un recipiente invisible. Estaba en un
abismo. Tomar lo que le ofrecían podía ser arriesgado, pero podía ser otro
gesto de buena voluntad. La lengua le empezó a doler. Dudó, pero no pudo evitar
la necesidad de beber. Era extraño, la bebida era muy reconfortante y calmó
toda su sed y su hambre.
Habrían pasado horas desde volvió a quedarse solo. Estaba
exhausto, como si hubiera estado de maniobras toda la mañana. Nada tenía
sentido en lo que le ocurría. Tosía de vez en cuando. Pensó que le habían
envenenado con aquella sopa. Intentó inspirar fuerte, pero su nariz se había
congestionado, y tuvo que jadear para que le llegara oxígeno. Cada vez se
fatigaba más y sintió un río de sudor que le recorría la frente. Empezó a gemir
y a pedir ayuda. Le oían, sabía que estaban fuera. Era consciente de la
presencia de dos de esas criaturas al otro lado del umbral. Cayó de rodillas
apoyándose sobre sus manos. Le faltaba el aire. Podía verse a sí mismo en el
suelo, luchando. Se veía desde muchos sitios. Estaba alrededor de su cuerpo,
como si fuera un espectador. Cada vez se sentía más grande. Distinguió la
entrada de la celda, pero desde el exterior. Sonrió, pero no era él quien
sonreía. Se oía gritar de dolor, pero no gritaba él. Empezó a escuchar las
voces de las criaturas. Le pedían que no luchara. Podía entenderlas y eso le
aterró. Les rogó que parara el dolor. Ellos le abrazaron y él aceptó el gesto. Poco
a poco fue consciente de lo que ocurría. Descubrió a sus compañeros humanos en
las celdas contiguas. Alguno se había resistido y había muerto. Otros estaban
ya con él, eran parte de él. Poco a poco pudo observar a las criaturas caminando
por la nave y ellas eran conscientes de su presencia. Veía a través de ellos y
ellos de él. Oía lo que decían. Sentía lo que sentían. Todos eran uno. Y se llenó
de paz. Pudo ponerse en pie. Ahora todos conocían lo mismo que él sobre el
planeta que iban a conquistar. De la raza que iban a asimilar.
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